La
Reforma Universitaria no sólo buscó democratizar las universidades ampliando
los espacios de participación, animándose a discutir la relación de fuerzas. Significó
sobre todo la ruptura de un mundo académico que permanecía en el Medioevo, para
el nacimiento de otro, desde un punto de partida humanista, laico y
latinoamericanista. Disputas que 100 años después tenemos la obligación de
retomar.
El
mejor modo de conmemorar la Reforma es activando el debate político, el
compromiso con las ideas, la confrontación con los poderes y la
solidaridad obrero estudiantil, que se expresó el 15 de junio de
1918 en la toma de la universidad de Córdoba y en la declaración de la huelga
general en forma conjunta.
Por
todo esto, saludamos el centenario de la Reforma Universitaria y le rendimos
homenaje en el sentido que rescata el investigador Diego Tatián:
“como acontecimiento
emancipatorio ininterrumpido que, de maneras diversas en los distintos momentos
históricos, enfrenta la dominación allí donde la detecta, activa la disputa
política que la desnaturaliza y libra una batalla cultural contra los poderes
que imponen la normalización del sometimiento” *
Ese legado, el más
valioso de la Reforma, aparece diluido entre las invocaciones superficiales de
cada año: aquel movimiento se propuso pensar más allá del status quo, de
lo establecido como realidad natural y permanente. Sostener esa actitud es hoy el
principal desafío. No sólo para defender la universidad pública ante los
riesgos que en la actualidad la amenazan. También para profundizar, siempre y
en cualquier contexto, su democratización.
A los trabajadores y
trabajadoras no docentes nos cabe parte importante en esa responsabilidad.
Nuestro lugar nos pide tomar las tareas que desempeñamos como un servicio al
pueblo y ampliar nuestra participación política en la toma de decisiones, como
un deber de clase. Ese desafío requerirá también a los trabajadores docentes y
estudiantes, y muy especialmente a los funcionarios, que nos consideren menos
como empleados y más como compañeros de ruta, en pie de igualdad. Nuestras
bancas en el Consejo Superior o la Asamblea, insistimos una vez más, no deben
tomarse como simple decorado.
Aquellos jóvenes del ’18
consiguieron lo hasta entonces impensado: que los estudiantes participen del
gobierno universitario. Sus pares franceses, que cincuenta años después los
tomaron como ejemplo, lo sintetizaron abrazando una frase: seamos realistas,
pidamos lo imposible. ¿Por qué no continuar hoy ese camino liberándonos de
las hegemonías sectoriales que aún nos separan y subordinan?
Desde la ListAzul creemos que ese sería el verdadero homenaje a la
Reforma.
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